El blog Nada es Gratis ha publicado los días 2, 3 y 4 de marzo estos tres artículos de Tano Santos:
- El euro: Nueva y Vieja Política Europea -1: La economía política de los sistemas de tipos de cambio
- El euro: Nueva y Vieja Política Europea -2: ¿por qué el euro?
- El euro: Nueva y Vieja Política Europea – y 3: Unión monetaria y soberanía nacional
Los he guardado en un documento word y me ocupan 25 folios. Puesto que conjuntamente constituyen un pequeño manual de tipos de cambio y de historia económica de Europa que merece la pena conservar, dejo aquí los enlaces y un pequeño resumen que me he preparado (con algunas aclaraciones) para tenerlos siempre a mano
1.
Las distintas monedas de los países pueden intercambiarse entre sí mediante tipos de cambio fijos o flexibles (las monedas se intercambian porque existe el comercio entre países).
En casi toda Europa tenemos algo más que un tipo de cambio fijo, tenemos una moneda única: el euro.
En épocas de crisis económicas los tipos de cambio fijos producen tensiones políticas internas dentro de los países. Con los tipos de cambio flexibles las tensiones son más entre países porque vía depreciaciones de las monedas se pueden “exportar” transitoriamente algunos de los problemas internos. Como todo en la vida, cada opción tiene sus ventajas e inconvenientes y es cuestión de elegir.
Las tensiones políticas internas mencionadas en el párrafo anterior tienen que ver con la necesidad de mantener los costes internos (salarios, por ejemplo) para poder seguir vendiendo nuestros productos al exterior. Si nuestros productos son caros porque los costes son elevados no podremos vender al extranjero.
Con los tipos de cambio flexibles estas tensiones internas de costes se pueden trasladar transitoriamente a otros países simplemente devaluando la moneda.
“El efecto en Alemania del abandono del patrón oro por parte de Inglaterra (en 1931) fue simplemente dramático. Las exportaciones alemanas sufrieron un golpe tras otro empujando a ese país a una crisis sin precedentes con las graves consecuencias suficientemente conocidas.
La discusión que existe sobre la oportunidad de este o aquel sistema depende en gran medida de como se interprete la experiencia de entreguerras. Si uno cree que fue la adhesión al sistema del patrón oro lo que produjo la catástrofe económica y política de los años 30 entonces los esquemas enfatizarán la flexibilidad y la posibilidad de devaluar la moneda como instrumento de política económica. Sin embargo si uno cree que las catástrofes de aquellos años son precisamente consecuencia de las fricciones asociadas con continuas devaluaciones competitivas se propondrá el (re)establecimiento de un sistema de paridades fijos.
Esta última fue la posición de EE.UU. durante las negociaciones en Bretton Woods (1944) y por ello el particular sistema que sale de aquellos acuerdos: Un sistema de paridades fijos con el dólar como única moneda convertible en oro.” (Sistema que duró hasta 1971)
2.
El euro no es una ocurrencia. De la unión monetaria se lleva hablando desde finales de los sesenta. ¿Qué es lo que lo que se esperaba del euro, cuáles eran sus objetivos? He aquí algunos:
- Estabilidad internacional. Eliminar las fricciones asociadas con un sistema de tipos flexibles entre los países miembros. Una vez que desparece el sistema de Bretton Woods, Europa se enfrenta a un mundo en el que las monedas flotan libremente y con ello se introduce una fuente de fricción entre los países miembros de la CEE que hacen peligrar todo lo logrado hasta entonces. La volatilidad cambiaria es más importante para las naciones de Europa que para el resto de las naciones del mundo por dos motivos. Primero porque comparten varias instituciones económicas que requieren de estabilidad cambiaria para su buen desarrollo. Segundo, y quizás más importante, porque tienen un índice de apertura comercial (definido como la suma de importaciones y exportaciones como porcentaje del PIB) mucho mayor que el resto de naciones del mundo.
Alemania tenía un índice de apertura en 1971 del 33% y Francia del 32%, tres veces mayor que el de EE.UU., que es sólo era 11%. Esto es, un tercio del PIB de los dos miembros principales de Europa es negociado con el exterior, y en gran medida entre ellos. La integración comercial de los países de Europa no ha hecho más que profundizarse desde entonces.
La construcción de las primeras instituciones europeas se hizo en un entorno cambiario estable. Todo esto se va al traste con la decisión de Nixon en 1971 de suspender la convertibilidad del dólar. La clase política europea llegó a la conclusión de que era difícil la supervivencia de las instituciones europeas en un entorno de continuas fricciones entre los países miembros debido a la tentación permanente de exportar desempleo e inflación mediante devaluaciones competitivas. El esfuerzo de estabilidad cambiaria ha sido una constante en la historia de las instituciones europeas precisamente para protegerlas.
- El euro como instrumento de transformación económica. El sistema monetario europeo sufrió varias crisis terminales a principios de los años 90, lo que abrió una vez más el debate de una unión más perfecta mediante la creación de una moneda común. Dos son las cosas que se construyen en Europa después de la Segunda Guerra Mundial: “Europa” como institución y el estado del bienestar.
-La inflación se convirtió en una preocupación fundamental de muchos europeos con ingresos nominales fijos (pensionistas, funcionarios, etc.). Si la subida de precios (inflación) es mayor que la subida nominal del salario, el resultado es un salario real menor. Una unión monetaria era la forma de comprometer a la clase política a una política de estabilidad de precios y protección de ingresos reales.
(La inflación es una tentación para los gobiernos cuando su deuda es muy elevada. La inflación beneficia a los deudores y perjudica a los acreedores. La deuda permanece en términos nominales pero disminuye en términos reales con la pérdida de valor del dinero –que esto es la inflación en última instancia-)
-Otro aspecto que favoreció la creación del euro es simplemente que los objetivos fiscales contenidos en el Tratado de Maastricht daban cobertura política a procesos de consolidación fiscal absolutamente necesarios en Europa a principios de los años 90. Trasladando la responsabilidad del ajuste a Bruselas, un truco habitual en la Eurozona, se pueden hacer cosas que de otra forma serian muy difíciles. La necesidad de estabilización fiscal estaba ahí pero se culpa a la Unión Europea de su necesidad, minando su credibilidad, cuando lo que falla es una clase política incapaz de implementar políticas sostenibles a nivel nacional.
En resumen, el euro tiene costes que son bien entendidos pero los europeos no acceden a este proyecto ciegos. Las razones que llevaron a él siguen presentes y con una posible disolución de nuestra moneda única cambiaríamos una serie de problemas por otros.
3.
El euro es una respuesta a los problemas cambiarios y de estabilidad vistos en los puntos anteriores. Pero el euro se enfrenta a problemas de soberanía nacional de los países miembros. El euro compromete el proyecto europeo porque mina su fundamento, que no es la construcción de un proyecto político común europeo, sino más bien la protección del espacio político de la nación en lo que más importa a sus ciudadanos: el estado del bienestar, el punto de encuentro de izquierdas y derechas, la garantía de la paz política en cada país.
La lógica de la unión monetaria es limitar la discrecionalidad y forzar la adopción dentro de cada país de medidas de flexibilización en los mercados laborales, de productos y servicios, encaminadas todas ellas a la mejora de la productividad. Esto nada tiene que ver con ser de derechas e izquierdas: es el contrato implícito que firmamos todos cuando accedimos a la unión monetaria, imperfecta por muchas razones pero inflexible en sus implicaciones. Y este es el punto. El euro hace definitiva la pérdida de soberanía en aspectos económicos básicos, con graves implicaciones para la política fiscal y en particular la viabilidad del estado del bienestar tal como lo conocemos
Esta es la disyuntiva a la que se enfrenta Europa: aceptar las decisiones que tomamos hace tiempo y sus lógicas implicaciones o romper y volver a empezar. Acabar lo que hemos empezado (y el destino final será el que las actuales naciones decidan) o deshacer todo lo hecho durante casi treinta años.